
Esta es la historia de un hombre que trabajaba demasiado, incluso más de lo que su cuerpo podía resistir. Todos los días al llegar a su casa, saludaba a su esposa con un frío beso en la mejilla y le daba palmaditas en la cabeza a su hijo, y mientras con la otra mano sacaba unas cuantas papas fritas, su mente estaba en el trabajo todavía. Así que después de cenar raudamente, salía ejectado de su asiento y se ponía a trabajar en la habitación contigua, especialmente acondicionada para eso.
Su esposa lo miraba desde el comedor, resignada a tener un marido trabajólico. Su hijo, a pesar de sus cortos 8 años, ya se daba cuenta de que algo no andaba bien. Necesitaba el afecto de su padre, al cual esperaba emocionado todos los días. Sin embargo, éste sólo lo saludaba y lo llamaba de vez en cuando a su oficina para decirle que le pidiera más café a su madre.
No obstante, nunca les faltó nada. Tenían muchas comodidades, comenzando por una gran casa en un sector acomodado y otras cuantas propiedades en la playa. La verdad es que por ese lado no podían quejarse, pero la parte emocional dejaba mucho que desear.
Una mañana, la esposa despertó y sentía que debía hacer algo al respecto. Así que mientras su marido estaba trabajando, despertó a su hijo - que aún dormía - y lo llevó al living. Ahí le explicó que éste tendría una misión muy importante, que cambiaría todo para siempre. El niño, sorprendido, se limitaba a mirar a su bella madre a los ojos, los cuales estaban llorosos.
Sin más, ella procedió a enseñarle una palabra durante todo el día. Pasaron horas hasta que al fin el niño pudo aprenderla. Su madre le felicitó y lo besó en la frente (después de haber pasado más de 8 horas sentados en el living, practicando dicha palabra misteriosa).
Al llegar su padre todo ocurrió como de costumbre, hasta que éste se metió a su oficina. Una vez que estuvo ahí, la madre del niño le hizo una seña, tal como lo habían acordado, y el pequeño se metió a la sala donde estaba el indiferente tipo. Éste le miró de reojo y le dijo "¿Qué haces acá? No he pedido más café, con este es suficiente". Pero el niño no respondió nada, y se le acercó sigilosamente. Una vez estuvo justo al lado de su progenitor, se sentó en sus rodillas y le susurró al oído: "ASDF". El padre se estremeció, y lanzando la computadora al piso, expulsó al niño de la oficina inmediatamente.
Cuando el pequeño estaba afuera, corrió donde su madre y le dijo: "Lo hice". Su madre sonrió satisfactoriamente, le acarició la mejilla y lo besó fuertemente en la cabeza, la frente, la cara. Y mientras el niño se escondía bajo las faldas de su madre, ésta caía al suelo, sin vida. El niño, impactado, se volvió hacia el frenético hombre, quien de un certero disparo en la cabeza, hirió de muerte al menor. Al darse cuenta de lo que había hecho, dio un suspiro que le tranquilizó, dejando la pistola sobre la mesa del comedor. Caminó hacia su oficina, recogió la computadora del piso, y volvió a su plantilla de Excel.
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