jueves, 11 de febrero de 2010


Esta es la historia de un hombre que trabajaba demasiado, incluso más de lo que su cuerpo podía resistir. Todos los días al llegar a su casa, saludaba a su esposa con un frío beso en la mejilla y le daba palmaditas en la cabeza a su hijo, y mientras con la otra mano sacaba unas cuantas papas fritas, su mente estaba en el trabajo todavía. Así que después de cenar raudamente, salía ejectado de su asiento y se ponía a trabajar en la habitación contigua, especialmente acondicionada para eso.

Su esposa lo miraba desde el comedor, resignada a tener un marido trabajólico. Su hijo, a pesar de sus cortos 8 años, ya se daba cuenta de que algo no andaba bien. Necesitaba el afecto de su padre, al cual esperaba emocionado todos los días. Sin embargo, éste sólo lo saludaba y lo llamaba de vez en cuando a su oficina para decirle que le pidiera más café a su madre.

No obstante, nunca les faltó nada. Tenían muchas comodidades, comenzando por una gran casa en un sector acomodado y otras cuantas propiedades en la playa. La verdad es que por ese lado no podían quejarse, pero la parte emocional dejaba mucho que desear.

Una mañana, la esposa despertó y sentía que debía hacer algo al respecto. Así que mientras su marido estaba trabajando, despertó a su hijo - que aún dormía - y lo llevó al living. Ahí le explicó que éste tendría una misión muy importante, que cambiaría todo para siempre. El niño, sorprendido, se limitaba a mirar a su bella madre a los ojos, los cuales estaban llorosos.

Sin más, ella procedió a enseñarle una palabra durante todo el día. Pasaron horas hasta que al fin el niño pudo aprenderla. Su madre le felicitó y lo besó en la frente (después de haber pasado más de 8 horas sentados en el living, practicando dicha palabra misteriosa).

Al llegar su padre todo ocurrió como de costumbre, hasta que éste se metió a su oficina. Una vez que estuvo ahí, la madre del niño le hizo una seña, tal como lo habían acordado, y el pequeño se metió a la sala donde estaba el indiferente tipo. Éste le miró de reojo y le dijo "¿Qué haces acá? No he pedido más café, con este es suficiente". Pero el niño no respondió nada, y se le acercó sigilosamente. Una vez estuvo justo al lado de su progenitor, se sentó en sus rodillas y le susurró al oído: "ASDF". El padre se estremeció, y lanzando la computadora al piso, expulsó al niño de la oficina inmediatamente.

Cuando el pequeño estaba afuera, corrió donde su madre y le dijo: "Lo hice". Su madre sonrió satisfactoriamente, le acarició la mejilla y lo besó fuertemente en la cabeza, la frente, la cara. Y mientras el niño se escondía bajo las faldas de su madre, ésta caía al suelo, sin vida. El niño, impactado, se volvió hacia el frenético hombre, quien de un certero disparo en la cabeza, hirió de muerte al menor. Al darse cuenta de lo que había hecho, dio un suspiro que le tranquilizó, dejando la pistola sobre la mesa del comedor. Caminó hacia su oficina, recogió la computadora del piso, y volvió a su plantilla de Excel.

Leer es descubrir.

Hoy le eché un vistazo a un montón de libros que heredé de mi abuelo. A pesar de que la mayoría son de ciencia-ficción (tipo de libros de los que él era fanático) encontré uno de filosofía que llamó inmediatamente mi atención. Lo tomé, le limpié el polvo que tenía en las tapas y sentí que debía leerlo. Es algo que suele sucederme cuando tomo un libro X. Si me pasa, claro está, lo leo sin dudarlo. No es sólo por el título ni el autor, a veces me ocurre sin razón aparente. Es como si una fuerza interior me obligase a hacerlo, la misma fuerza que me induce a realizar muchas otras cosas.

Bueno, el asunto es que empecé hoy mismo a leerlo, y hubo detalles que llamaron inmediatamente mi atención, por ejemplo, el estado de sus hojas. Estaban roídas por el tiempo, cosa que en los libros me encanta. Lo otro es que me hizo recordar a Kant, por lo pesado de su contenido. Creo que si los pensamientos tuvieran un peso físico, yo al menos no podría caminar.

Me encontré con el famoso problema de Gettier. Los contraejemplos me fascinan. Son tan "yo" que me identifico plenamente con ellos. Lo mejor de la filosofía es que casi todo lo puedo conectar, usando ejemplos como la Ley de Murphy, el conocimiento de la experiencia, la epistemología, entre otras cosas.

La mente no tiene límites, y jamás existirá una dictadura tal que te impida pensar con libertad. Pueden cortarte los brazos, las piernas, prohibirte hablar, etc. Pero jamás podrán evitar que pienses lo que quieras; tendrían que matarte. Todos pensamos y creemos en lo que QUEREMOS, es un detalle que no podemos dejar pasar.

Los únicos límites que puedes tener son los que te impones tú mismo. Al querer dejar de pensar en algo, o tratar de olvidar. Y no niego que lo he hecho, pero lo que existe en mi mente es más fuerte que yo. Ya no puedo luchar contra eso... Y me he dejado vencer con gusto.